Ir al contenido principal

Supongamos que...

Supongamos que hubieras dicho más veces te quiero a aquella persona que quisiste.
Supongamos también que le hubieras abrazado un poquito más fuerte la última vez que le viste.

¿Qué hubiera pasado?

¿La vida sigue su curso sin importarle lo que hagamos, o nos tiene un poco de respeto?

Cuando cierro los ojos, todavía puedo ver cada una de tus cicatrices, todavía puedo sentir tu ternura, tus sueños, tu risa.

¿Qué nos pasa a los humanos que huimos de lo que podría hacernos felices?

¿Por qué preferimos salir corriendo en vez de hacernos cargo de lo que sentimos?

Creo que son demasiadas preguntas, y que sólo hay una respuesta:


TENEMOS MIEDO


Miedo a que alguien nos rompa el corazón y ya no quede sangre en nuestras venas después de otra decepción.

Miedo a lo desconocido.

Miedo a lo que todavía está por suceder.

Miedo  a lo que sea, pero miedo.


SUPONGAMOS QUE...


Que ese miedo se enamora.

Que ese miedo tiene miedo de otros miedos.

Que ese miedo se enfrenta a sí mismo y nos impide tener una excusa para no intentarlo.

Que ese miedo te pregunta: ¿Por qué no?

Y tú no tienes argumentos suficientes para contestarle.

Porque puede salir mal, pero si no lo intentas... si no te animas a dar un paso más allá, si no rompes con aquello que te mantiene a salvo, si no eres tú misma... ¿Cómo vas a ser feliz de verdad?



Quizá yo creo tanto en el amor porque he visto que cuando dos personas se aman, se ayudas a crecer juntas. Consiguen que sus diferencias les complementen, se enamoran cada día. Se quieren, se cuidan, se besan.

Cuando dos personas sienten amor, no hay miedo que pueda vencerles.

Por eso yo siempre voy a elegir el amor.

Porque el amor nos da vida, y con la vida viene la esperanza en un mundo mejor.

Así que supongamos que... el amor va a ganar y que tú y yo nos encontraremos cuando dejes de tener miedo.

Comentarios

Entradas populares de este blog

y tú tampoco estás.

 Normalmente esto lo hubiera escrito de puño y letra y nunca hubiera visto la luz, pero estaba con el ordenador encendido y las ganas de escribirte me han podido. No he querido levantarme, prender la luz, perder el tiempo... Necesitaba decirte que lo siento, que estoy ardiendo por dentro de la pena que siento. Siento haber estado tan cansada algunas veces como para no sonreírte un poco más, como para no pasar a verte, como para no abrazarte con más fuerza. Siento haber estado triste algunas veces; enfadada otras. No contigo, no por ti, con la vida. Siento no haber sido siempre justa, no haberte tratado como tu alma se merecía.  Lo siento. Siento no haberte visto una última vez, no haberte dicho una vez más lo mucho que te quiero. Siento no haber llegado a ser la mujer que esperabas que fuera. Siento que no hayas conocido a esa bebé de la que siempre hablábamos. Te quiero. Siento no haberte escrito más poesías, no haber terminado antes mi libro; no haberte regalado esa segunda parte que

A corazón abierto

 El otro día tuvimos una conversación a corazón abierto -con nadie puedo, más que contigo-. Eso fue lo que me dijiste y yo callé un -me pasa lo mismo. Contigo desnudo mi alma sin pensármelo dos veces-. Pero para qué decírtelo, si cada vez que nos miramos nos vemos por dentro; si cada vez que nos abrazamos volvemos nuestros cuerpos eternidad hasta que el mundo real nos vuelve a avisar. Cada vez que tú me hablas, cada vez que te abres conmigo, siento ganas de ponerme a escribir. Quizá sea porque así fue nuestro comienzo, entre letras. Quizá sea porque quiero eternizar también tu alma, tus emociones, el amor que siento por ti. Quizá sean muchas cosas las que me tengan ahora aquí, entre el humo del incienso, sintiéndote, aunque no estés. Nos debemos unas cuantas estrellas, una noche en la que los recuerdos del pasado se vuelvan presente. Una noche donde solo estemos tú y yo. Somos dos almas que se encuentran a menudo y cuando eso pasa, nos amamos como se aman los artistas;  creando, sintié

agua salada en mi habitación.

 Me siento en la orilla del mar y, aunque son mis sábanas las que acarician mis piernas, siento cómo el agua salada roza mi piel. Solo veo esta oscura habitación y, sin embargo, al cerrar los ojos puedo ver un hermoso atardecer. Las nubes se tiñen de fuego y el agua refleja las brasas que calientan mi alma. Escucho a Lauren Renon, "Me and the Neon" y quiero creer que esa melodía que resuena en mi mente, no es otra que la de las olas golpeando con unas rocas que acabo de inventar. Qué bonita es la imaginación, ¿verdad? Que puede hacernos vivir lo que vimos y, al mismo tiempo, vivir aquello que nos gustaría estar viviendo.