Ahora que tengo tanto frío me dices que vaya a verte, que tus labios siempre saben cómo darme calor. Cierro los ojos y no me queda otro remedio que aceptar que tienes razón.
Tú, desde hace tanto tiempo, siempre sabes cómo hacer que consiga sentirme viva, incluso cuando no estabas, incluso cuando eran otros brazos los que rodeaban mi cuerpo, tú sonreías y yo me sentía a salvo.
Quizá ahí esté la magia de esta historia tan tuya y mía. Tan libre, tan incierta: tan eterna.
Aquellos sentimientos encontrados que chocaron con nosotros cuando apenas éramos un par de niños, hoy nos hacen querernos más fuerte. Más fuerte y de una forma mucho más sana, más buena.
Volamos siempre tan alto que el amor a esa altura no puede compararse con nada más.
Reconozco que a veces me muerdo los labios cuando a tu vuelo lo acompañan otras alas. A veces te veo cerrar los ojos cuando otras manos rozan mi cuerpo.
Pero cuando nuestros caminos vuelven a encontrarse, porque siempre lo hacen, el fuego llega tan lejos que arrasa todos los miedos.
Ardemos, nos quemamos, nos queremos, y tú acaricias mi piel como si mi piel se tratara de un lienzo y tus dedos fueran pinceles tratando de crear una obra de arte. Nos queremos, y tú besas mi piel como si tu boca fuese la puerta para entrar al paraíso. Nos queremos, aunque nadie sabe, como si mañana fuese a ser nuestro último día con vida, y nos queremos así, porque hemos aprendido que no hay nada como dejarse llevar, como aceptar un amor que llama a la puerta una, y otra, y otra vez, aunque nunca seamos solo tú y yo, aunque haya otros amores con nosotros, tú y yo. Siempre tú y yo.
Comentarios
Publicar un comentario