Ella comenzó siendo la niña más tímida del planeta, pero
acabó siendo la chica más impresionante del universo.
Ella era la mejor amiga de todos sus amigos, e incluso
aprendió a ser también la suya. Ella era fría, pero sabía demostrar lo que
sentía, sabía elegir con quién abrirse y a quién decirle lo mucho que le
quería. Ella, no tenía miedo a decir que lo sentía, ni tampoco a decir lo que
sentía. No tenía miedo a la vida, porque no le daba miedo morir. Ella vivía,
vivía cada instante como si fuese el último, y así aprendió a ser feliz.
Ella era luz, cuando todo lo demás estaba oscuro. Ella era
ella, y nadie tenía la suficiente fuerza
como para hundirla y robarle su identidad.
Ella, me hacía sonreír, porque me abrazaba en cada noche de
melancolía.
Ella, siempre ayudaba a todo el mundo, aunque nadie le
pidiera ayuda. Era la
hija perfecta, la nieta perfecta, la novia perfecta. Siempre competía y ganaba prácticamente
todas las competiciones. Ella siempre conseguía lo que quería, y cuando algo
parecía demasiado lejano… lo soñaba. Porque ella siempre decía que tenemos dos
vidas; la real y la que soñamos… y también decía que no sabía cuál era más
importante.
Ella no creía en ningún: “para siempre”, pero sí que creía
que luchar por algo, día a día, podía hacer que fuese eterno.
Ella miraba al pasado,
y sonreía. Porque todo le había ido bien. Había tenido que luchar,
claro, pero consideraba que todo tenía su lado bueno. Ella, te veía e iba
corriendo a abrazarte. Sonreía, sonreía más que nadie. Era feliz, y qué poca
gente es feliz, hoy en día… Ella se quería, no tenía motivos por los que no
hacerlo. Se apreciaba, no quería cambiar, las apariencias no significaban nada
para ella. Es más, siempre se ha alejado de las personas que querían hacer que
cambiase de opinión.
Ella era perfecta. Pero, ¿dónde está?
Un día, dejó de ser ella. Se perdió, se escondió debajo de
una coraza. Una coraza llena de pinchos que le herían cada vez que quería
romperla. Estaba atrapada en su mundo, y no quería salir.
Un día, dejó de sonreír, y ya no parecía tan feliz. Es
verdad que siempre decía que todo estaba bien, pero sus ojos gritaban todo lo
contrario. Solo necesitaba que alguien le dijera “estoy aquí, y no voy a
dejarte. Sé que no estás bien.” Solo necesitaba que alguien fuese con ella,
como ella había sido con todos.
Un día, se dio cuenta de que se echaba de menos, pero ya era
demasiado tarde. También echaba de menos a todas las personas que había ido
perdiendo.
Dejó, también, de correr para abrazar. E incluso cogió asco
a cualquier muestra de cariño.
Pasó de ser inocente, a desconfiar de todo el mundo.
Ya no quería amigos, quería alejarse de todos. Ella, ya no
podía más. Nunca lo dice, pero sus silencios hablan más de lo que ella ha
hablado jamás.
Necesitaba parar el tiempo y demostrarse a sí misma que su
esencia seguía dentro de ella.
Se estaba rompiendo. Se destrozaba a sí misma.
Ella, quería parar. Quería quererse, como se había querido
anteriormente.
Ahora, ella es la oscuridad. Ahora, hace daño a cualquiera
que se le acerca, porque no quiere romperles con sus trozos de cristal.
Ahora es incapaz de sentir o, al menos, eso es lo que quiere
creer. Nada le duele; nada le hace feliz. Ha perdido la ilusión y las ganas de
vivir. No entiende para qué está aquí.
No se reconoce cuando ve su reflejo, ni por fuera ni por
dentro.
Sigue ayudando a todo el mundo. Pero, cada vez, tiene más
ganas de escaparse, de huir, de irse.
De perderse en la eternidad que creía que se formaba
luchando día a día.
Ella no está. Ni siquiera quiere volver.
Ahora, está anclada al pozo que decidió crear para enterrar
todo el dolor. Ya sólo quiere que su reflejo le diga que todo va a estar bien. Sólo quiere quererse y encontrarse. Sólo quiere que el frío de sus huesos deje de matarle; porque ya no puede más.
Ella, podría ser yo. Podrías ser tú. Ella, podría ser
cualquiera.
Ella, somos todos.
Todos queremos huir, a veces, todos queremos dejar de ser lo
que somos. Pero, recuerda, ella…también puede ser una persona que te importa. Así
que, demuéstrale a todo el mundo lo mucho que te importa. Di lo que sientes, no
dejes que nadie se vaya. No si, en el fondo, quiere quedarse. Túmbate a su lado
hasta que quiera levantarse… y repítele esto: “estoy aquí, y no voy a dejarte.
Sé que no estás bien.”, hasta que se lo crea.
Y si ella, eres tú, deja que alguien rompa tu coraza. Por
mucho que, al principio, duela. Deja que alguien llegue a ti. Consigue abrirte,
y dales la oportunidad de que te devuelvan lo que algo, o alguien (incluso tú misma) te hizo perder.
Y sonríe, sonríe porque estás viviendo un segundo que nunca
más va a repetirse… y si no sonríes ahora, ¿cuándo?
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