Siempre he creído que la muerte forma parte de la vida, quizá porque la he sentido muy cercana desde chiquita.
Dejé de temerle para sentirla una mano amiga capaz de acariciar la vida de las personas. Al fin y al cabo, si la veía así no me enfadaría cada vez que se llevara a alguien importante para mí. Autodefensa, supongo.
Pero ahora, que es otoño y la muerte se camufla con la vida; y la vida surge entre la muerte, siento que la naturaleza trata de mandarme un mensaje.
Vive, me dice. O al menos eso quiero creer.
Ha pasado un cuervo volando sobre mí. Su significado difiere según quién te lo cuente. Para mí, que es mi ave favorita, significa hogar. Libertad.
Justo después las grullas cambiaban su forma sobre mi cabeza. Qué hermosas son. Marchan buscando un nuevo lugar donde pasar el invierno.
Así que entre tantas dualidades, entre tantas opciones, siento que todo está exactamente donde debe estar.
Qué pequeños somos en el mundo, en la historia, pero qué elementales somos también.
Como citaba en el título de esta entrada: a todo final le sigue siempre un nuevo comienzo, y no sé dónde me llevará la vida mañana. Lo que si sé es que hoy estoy aquí, siguiendo un camino cuya meta no es la felicidad en sí, porque ésta me acompaña a cada paso.
Y tú, ¿te sientes a gusto con el camino que has elegido?
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