Esa noche soñé contigo.
Íbamos a casarnos y a tener nuestro segundo bebé. (Sí, teníamos una hija preciosa que tenía tus ojos y tus mismas ganas de vivir).
Nuestra boda era en un castillo cercano a un acantilado. Yo montaba a caballo mientras sonaba "A thousand years" de Christina Perri y todos se levantaban para mirarme.
Menos mal que no voy andando, pensaba. O los tacones se clavarían tan fuerte en el suelo que no sería capaz de avanzar.
Estaba nerviosa. Cualquiera que me estuviera mirando podría notar mi corazón palpitante.
Tú, tan elegante en el altar. Con ese traje resaltando tu sonrisa. Tu yegua era blanca, y parecía esperar ansiosa los besos de mi mismísimo Pegaso oscuro.
Nuestra pequeña traía los anillos.
Pronunciaste tus votos entre lágrimas de amor y yo te juré amor eterno como en una novela de Jane Austen.
Bailamos, reímos, amamos. Abrazamos a nuestras familias e inmortalizamos absolutamente toda la ceremonia. Queríamos poder revivir cada detalle siempre que quisiéramos.
Aunque ambos estábamos seguros de algo. Nadie olvidaría el vuelo de mi vestido en nuestro primer baile. Parecíamos dos mariposas volando en libertad.
Y durante ese sueño, tú y yo fuimos los verdaderos protagonistas de una historia de amor verdadero.
Sobra decir que no comimos perdices, pero que fuimos igual de felices.
Y aquí estoy yo, sentada frente a un ordenador, lejos de aquel acantilado... pero imaginando que ese sueño se hace realidad.
Comentarios
Publicar un comentario