Hubo un tiempo en el que verte sonreír era lo único que necesitaba para escribir cien mil versos.
Cuando cerramos la puerta a aquel universo, yo debí encerrar también a mi poesía. No podría asegurarlo, pero no me cabe la menor duda: mis poemas fueron los rehenes de este amor inconcluso.
Con el tiempo debió abrirse una grieta lo suficientemente grande como para que escaparan.
Aunque, no sé. Quizá los dejamos volar tan libres que decidieron volver a mí aquel día en el que comprendí que yo también podía ser poesía de vez en cuando.
El caso es que ahora, cuando te veo, las letras salen solas, pero ya no necesito verte para escribir.
Supongo que es a eso a lo que se refieren cuando hablan de sanar y madurar.
Yo elegí la libertad, pero no te excluí de ella. Por eso ahora, de vez en cuando, nos encontramos volando libres a cien mil kilómetros sobre el suelo... y cómo nos queremos cuando estamos tan arriba.
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