Nada más verte, te has levantado cual caballero del siglo XIX y has venido a abrazarme.
Tus abrazos son tan tuyos; tan nuestros, que no he podido evitar sentir un escalofrío.
¿Sabes?
Mi pulso ha alcanzado las 100 pulsaciones por minuto cuando imaginaba tu pierna rozando a la mía, pero tu pierna estaba lejos; tú, estabas lejos.
Todo fue muy distinto a unos metros de ahí, ¿recuerdas? La ilusión de un amor recién nacido, de un amor inconfeso.
Pero te he mirado a los ojos y he comprendido que ya está: que todo ha sanado, que el dolor marchó con el amor y que ya no queda nada. Solo yo.
Comentarios
Publicar un comentario